Cuando yo hice la memoria en al Universidad, mi tema era tildado de extraño, era un tema de bioética, sobre el consentimiento informado en la experimentación científica en humanos. Encontré tan poco material que navegué meses en bibliotecas españolas y argentinas. Acá nadie sabia nada, sólo mi profesora. Cuando me llamaron a una entrevista de trabajo, en uno de los estudios mas rimbombantes de abogados de Valparaíso, con una delegación de entrevistadores, una mujer, conocida abogada del lugar, que sobresalía y que llevaba la batuta en la oficina me preguntó “y pa que sirve eso?”, y otro prestigioso abogado le respondió: “para que no hagan clonación”. Luego de esa conversación entre letrados me dije a mi misma: “misma, tu no tienes nada que hacer aquí.” Gracias a Ds me llamó otra profesora de la U y me ofreció pega en su estudio y para allá partí.
Ayer vi en Tolerancia Cero, a Miguel Kottow, Director de la Unidad de Bioética de la U de Chile, en una entrevista sobre la eutanasia. Hoy sí tomamos en cuenta estos temas, y entendemos que no se trata sólo de clonación. Claro, si da para mucho, aborto, eugenesia, experimentación, etc., ¿pero saben cual es su sustento primario? es la relación Médico-Paciente. Y que curioso, porque hoy que si se habla de bioética, que si hay cátedra universitaria obligatoria en medicina, la relación medico paciente se distorsionó, y dejó de ser la que era antes, con el médico de cabecera que no tenía cátedra de bioética, pero la traía incorporada en su formación familiar.
Recuerdo que una vez fui a visitar a un ginecólogo. No era elegido por mi sino que un conocido de mi mamá. Ella insistió en que era el mejor de la ciudad, todas sus amigas se atendían con él, les daba tratamiento para la menopausia que las tenia a todas contentas, sin bochornos ni estados depresivos. En conclusión, era fantástico. Yo tenía un poco mas de 20, sólo quería un ginecólogo nuevo, no que me trataran por menopausia, a la que llegaría por lo menos en 30 años más. Pero dada la insistencia, accedí. Llamé a la consulta, me contestó una secretaria con voz de nada, anotó la hora que le pedí y quedé agendada para un mes y medio más… Porque el doctor estaba lleno de pacientes.
Paso el tiempo y fui, con bastante esperanza de encontrar al ginecólogo definitivo. Si, un médico de cabecera, al que uno le pregunta todo, que te acoge en tus momentos de crisis. Claro, si el ginecólogo no es visitar cualquier médico. Hay que encontrar el preciso, el que te diga A, y entonces es A, porque uno le debe creer. Además uno le tiene que tener máxima confianza, porque uno pierde toda dignidad en la visita, debe estar pilucha, tapada con unas batitas amarradas, con kilos de más o de menos (lo último jamás me ha pasado), arriba de una camilla incómoda y en la posición menos decorosa en la que podrías desear que te observaran, y además debes confesar. El ginecólogo es una especie de sacerdote y psiquiatra, no le puedes mentir, la tienes que contar toda, no puedes ocultar que te compraste en la farmacia un par de pastillas para adelgazar, y como si fuera poco debes contestar el cuestionario sexual, y debes sentir que es un tipo empático, que entienda cuando le dices me duelen los ovarios; pero que “lo entienda”, lo que es difícil porque no tienen útero y no sufren SPM.
Pero volviendo a mi experiencia, recuerdo haber entrado a una sala que parecía un rectángulo, era blanca, con estatuas y pinturas, la secretaria con cara de nada, con un cuaderno repleto de nombres en el día. Nombre, es primera vez que viene, dirección, fecha de nacimiento, y pague, particular porque el doctor estrella no atendía por isapre. Sí, conté 30 personas, sólo en la tarde. O sea, promedio, 15 minutos por persona. Sólo eso necesitaba un médico que te vería por primera vez. Yo calculaba que mientras me empiluchara, me pusiera la batita y acomodara mi humanidad en ese sillón denigrante, debería estar respondiendo a las preguntas de rigor: cuantos años tienes, vida sexual activa o no, dolores, enfermedades, operaciones, descalcificaciones, medicamentos a tomar. Todo para que te hiciera un diagnostico, consistente en: “bien chiquilla estas muy bien”, receta de anticonceptivo (cualquiera, porque con el nivel de información da lo mismo) y buenas tardes, un gusto. Y todo eso pasando antes además por la nefasta pesa, por supuesto, porque si de cagarte el ánimo se trata, eso no puede faltar. Y así no más fue.
Comprenderán que fue la primera y ultima vez que lo visité. ¿Y por que me acordé? Por la experiencia del doctor Kottow, autor del libro El pa(DE)ciente, que se enfermó y calló en su propio sistema… el de la clínica privada y la Isapre. De sus conclusiones yo adopto varias, por no decir todas, y no solo pensando en la clínica, sino en las consultas médicas, que salvo honrosas excepciones, que tengo la suerte de visitar, “se han convertido en lugares de desamparo, y lo peor de desamparo caro.”, como dice Kottow. Cómo llegamos a esto? Al ginecólogo express? Al pediatra que es incapaz de ponerse en el lugar de la madre aprensiva y la mira con cara de “otra vieja cuática”, como si no fuera menor para una tener a cargo un niños chico, bajo su sola responsabilidad, y evitar el señalamiento popular a ser una mala madre….? ¿Cómo es que llegamos a esto? Fácil, nadie sabia nada de bioética. Agarraron una clínica, una Isapre y las clonaron. Ahora son demasiadas, y todas iguales.
NOTA LA MARGEN: NO me diga, “entonces invéntate un sistema mejor.” NO tengo otro sistema, porque no es mi pega tampoco. Y porque el problema no es el sistema de Isapre y de clínica, sino que a lo que voy es que si la relación medico paciente fuera humana y no monetaria, al menos habría una sensación de protección y respeto en el sistema. Porque sacar un bono no tienen nada de malo, el problema es que la clínica, el doctor y la isapre se coludan para obtener beneficios, como arriendos de box baratos si saca mas o menos radiografías. El tiempo que se tome el doctor en la consulta con el paciente, la comprensión ante el enfermo hace la diferencia y mejora los sistemas.